Si me preguntan
porque me gustan las chicas gimnastas, debo contarles que alguna vez en mi
infancia, me enamoré de una. Tendría mis 8 años cuando aquel ángel místico, se me presentó.
Trabajaba aquella gentil chiquilla con su familia en
un circo, ella era gimnasta y
malabarista. Mis ojos quedaron
maravillados al observarla mientras volaba por los aires, era muy hábil
haciendo piruetas y algunos malabares.
Aquella jovencita tenía casi mi edad y era tan espectacular que me sentí
con el derecho de conocerla. Tenía que volverla a ver.
No pude dormir
aquella noche, estaba inquieto, me quedé pensando en aquella guapa malabarista
y en cómo convencer a mis padres o a mis tíos para que me llevaran de nuevo al
circo. No recuerdo muy bien como lo logré pero sucedió que al día siguiente fui
con mi abuelito.
Cuando uno va al
circo, no se espera ni mucho menos se piensa
en acosar a una malabarista, tuve mis dudas pero al final me animé y entonces
la conocí. Ana era el nombre de aquella tierna jovencita; exuberante con aquel
leotardo amarillo me parecía el más bellísimo ángel que hubiera visto sobre la
tierra. Quedé asombrado por su bella forma de ser, ya que me permitió visitarla
después de las clases.
Y fue así que estuve varios
días visitándola, conocí a su familia, (todos eran trapecistas, expertos
gimnastas y malabaristas). También tuve oportunidad de conocer a la mayoría de
los que trabajaban en la magia del circo. Los días pasaron rápido y pronto me di cuenta que ella se
iría y tal vez no la volvería a ver, me puse triste, entonces dejé de verla.
Cuando quise despedirme, el circo ya se había ido del pueblo, aquello destrozó
mi joven corazón, sin embargo pronto lo superé, creo que al final sabía que no
funcionaría.
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