miércoles, 28 de febrero de 2018

Recuerdos de Veracruz

Catemaco, lugar mágico



Hoy me volví a acordar de ti linda jarocha y de aquel lugar donde te conocí. Entonces me invadió un sentimiento de añoranza de aquel lugar mágico, de aquellas montañas que escoden varios relatos de seres sobrenaturales. 
¡Oh! como extraño tu imagen junto aquel paisaje; ese verano tan sublime en que te vi entre el follaje de rosas y flores que ataviaban aquel singular restaurante a orillas de la hermosa laguna de Catemaco. 
Aquello se volvió perfecto para mí, era el amanecer de un nuevo día de aquel placentero viaje por Veracruz. El sol se imponía en medio de las nubes y a lo lejos las montañas con sus verdes laderas rodeaban la radiante laguna. La vista suntuosa animaba aquel viaje fantástico por Veracruz. Luego llegó el desayuno y pasé a sentarme al comedor donde me esperaban unos exquisitos huevos a la mexicana.
Habrá sido el lugar, que era espléndido, o quizá fue tú enternecedora figura que procuraba observar de vez en cuando mientras comías unos chilaquiles rojos; pero debo confesar que aquél desayuno lo cuento entre mis mejores recuerdos de ese bonito estado llamado Veracruz.


lunes, 8 de enero de 2018

Mitos y leyendas de Gabriel Hdz



La pequeña Alejandra

Hubo ya hace algún tiempo una épica batalla en donde mi amada hermanita Noemí en vuelta en furor por alguna afrenta, quiso defender su amor por mí, y la muy noble enfrentó se a la rubia Sarahí en singular combate. Animada tal vez por las películas épicas del momento, y esas epopeyas donde el Héroe tiene que defender su honor, quiso ella en un arrebato pelear al estilo antiguo. Sin embargo, mi jovial hermanita hubiera terminado herida de muerte si yo no hubiese ido a rescatarla.
La pequeña Alejandra de rasgos nobles y de una belleza especial sintió se desdichada al no poder tenerme ya que su cuñada la rubia menelida de divinas pantorrillas le había arrebatado a su ídolo y apuesto hermano una tarde esplendida de agosto.
Entonces las dos acordaron un duelo para decidir la suerte de cada una al puro estilo griego. Desconozco que otras condiciones se impusieron, pero por la forma en que se desarrolló el combate seguro no eran nada buenas. Luego entonces alguien, algún amigo friki les prestó los yelmos, los escudos y las armas de goma (una lanza y una espada corta estilo griego, inofensivas según yo) y dispusieron se a combatir en el patio de la casa semidesnudas.
Frente a frente mis dos amadas empezaron el singular combate no sin antes indicarme y dejar bien claro que la ganadora seria la que quedara dentro del círculo rojo de 4 metros de diámetro que habían dibujado en el piso. Así también perdería aquella que soltara las armas de goma y pidiera clemencia. Solo porque fui juez consentí aquella bobería y observé aquel espectáculo maravillado desde una distancia prudente.
Sarahí le llevaba 4 años a mi hermanita y parecía más capaz con aquellas armas de goma aparentemente inofensivas. Sin embargo, mi hermanita atacó primero y disparó la lanza contra mi amada Sarahí, pero los dioses quisieron que ella fallara el tiro.
— ¡Perra suertuda, los dioses te favorecen! —se quejó Noemí.

Luego la divina menelida se defendió y acometió con su lanza.
—Oh dioses concédanme darle una buena lección a esa pequeña piruja —clamó Sarahí, mientras trataba de sacar a mi dulce hermanita del círculo rojo.

El sol vespertino calentaba aquellos dos hermosos cuerpos virginales batidos en descomunal lucha, el sudor empezaba a resbalarles por las sienes, el pecho y la espalda. Ninguna soltaba las armas o salía del círculo, peleaban como dos leonas en celo. Noemí se protegía con el escudo y empuñaba la espada corta sin alcanzar a herir a la ágil menelida. Ésta la empujaba tratando de sacarla del círculo, pero la noble Alejandra se resistía ferozmente.
Los ánimos de ambas empezaron a calentarse y vociferaban niñerías.
— ¡Te voy a dar un cocotazo, porque es lo que te mereces! —gritó la pequeña  Alejandra.
—Pequeña infeliz, ahora tendrás tu merecido por tantas injurias —se defendió Sarahí y arremetió con la lanza.

—¡Púdrete maldita infeliz! —gritó Noemí enardecida.
De pronto mi hermanita dijo algo que encendió las venas de la rubia menelida y ésta encolerizada le hundió la lanza en la hermosa pierna, provocándole una fea herida.
—¡Espero que te duela estúpida! —gritó Sarahí llena de rabia.
La pequeña Alejandra sucumbió ante el dolor que le causó la herida y lanzó la espada hacia el rostro de Sarahí que una vez más, por voluntad de los dioses esquivó el tiro pasando éste, por un lado.
—Maldita zorra con suerte, ni creas que esto me duele —mancilló  mi querida Noemí aguantando el llanto.
La rubia menelida todavía enojada, se acercó con la espada de goma hacia la desvalida Alejandra que gemía de dolor en el suelo sin protección; y ya iba a dar el golpe, tal vez más certero que el anterior cuando rápidamente llegué y alcancé a empujarla hacia el otro lado. Luego le hablé así mientras socorría a mi hermanita:
—¡Sarahí tranquila!, creo que por hoy tú ganaste.
Levanté entonces a mi dulce pastorcita herida y me la llevé entre mis brazos hacia el lecho perfumado de su habitación mientras Sarahí bramaba injurias a los dioses y aventaba su yelmo.
Una vez en la habitación de mi hermanita, la recosté sobre el lecho y ella  llorosa me abrazó lamentando los hechos, su cuerpo sudoroso empapó mi camisa y ella con dulzura me pidió que la amase más que a mi novia y que le comprara una pizza de pepperoni. Entonces mientras le curaba la funesta herida de su pierna, le hablé así:
—Tú siempre serás parte de mi vida y te amaré por siempre incluso si así no lo quisiera Sarahí, ahora tranquilízate y descansa, después te compraré tu pizza y hablaremos de lo ocurrido entonces harás las paces con ella.
Luego de esto la dejé descansar y fui a ver a Sarahí que ya estaba más tranquila y serena. Platicando con ella aceptó el hecho de que se dejó llevar por sus emociones. Más tarde fue a pedirle disculpas a Noemí y a vendar mejor la herida que le había hecho, ya que tenía el don de curar y aliviar el alma.

Al final he de decir que después de aquella extravagante contienda y de las injurias cometidas mis dos amadas se hicieron amigas y hubo paz por algún tiempo. 
Al día siguiente fuimos a la plaza y les compré unos helados que degustaron con dulzura.


Fin