La pequeña Alejandra
Hubo ya hace algún tiempo una épica batalla en donde mi
amada hermanita Noemí en vuelta en furor por alguna afrenta, quiso defender su
amor por mí, y la muy noble enfrentó se a la rubia Sarahí en singular combate. Animada
tal vez por las películas épicas del momento, y esas epopeyas donde el Héroe
tiene que defender su honor, quiso ella en un arrebato pelear al estilo
antiguo. Sin embargo, mi jovial hermanita hubiera terminado herida de muerte si
yo no hubiese ido a rescatarla.
La pequeña Alejandra de rasgos nobles y de una belleza
especial sintió se desdichada al no poder tenerme ya que su cuñada la rubia
menelida de divinas pantorrillas le había arrebatado a su ídolo y apuesto
hermano una tarde esplendida de agosto.
Entonces las dos acordaron
un duelo para decidir la suerte de cada una al puro estilo griego. Desconozco
que otras condiciones se impusieron, pero por la forma en que se desarrolló el
combate seguro no eran nada buenas. Luego entonces alguien, algún amigo friki
les prestó los yelmos, los escudos y las armas de goma (una lanza y una espada
corta estilo griego, inofensivas según yo) y dispusieron se a combatir en el
patio de la casa semidesnudas.
Frente a frente mis dos amadas empezaron el singular combate
no sin antes indicarme y dejar bien claro que la ganadora seria la que quedara
dentro del círculo rojo de 4 metros de diámetro que habían dibujado en el piso.
Así también perdería aquella que soltara las armas de goma y pidiera clemencia.
Solo porque fui juez consentí aquella bobería y observé aquel espectáculo
maravillado desde una distancia prudente.
Sarahí le llevaba 4 años a mi hermanita y parecía más capaz
con aquellas armas de goma aparentemente inofensivas. Sin embargo, mi hermanita
atacó primero y disparó la lanza contra mi amada Sarahí, pero los dioses quisieron
que ella fallara el tiro.
— ¡Perra suertuda, los dioses te favorecen! —se quejó Noemí.
Luego la divina menelida se defendió y acometió con su lanza.
—Oh dioses concédanme darle una buena lección a esa pequeña
piruja —clamó Sarahí, mientras trataba de sacar a mi dulce hermanita del
círculo rojo.
El sol vespertino calentaba aquellos dos hermosos cuerpos
virginales batidos en descomunal lucha, el sudor empezaba a resbalarles por las
sienes, el pecho y la espalda. Ninguna soltaba las armas o salía del círculo,
peleaban como dos leonas en celo. Noemí se protegía con el escudo y empuñaba la
espada corta sin alcanzar a herir a la ágil menelida. Ésta la empujaba tratando
de sacarla del círculo, pero la noble Alejandra se resistía ferozmente.
Los ánimos de ambas empezaron a calentarse y vociferaban
niñerías.
— ¡Te voy a dar un cocotazo, porque es lo que te mereces! —gritó la pequeña Alejandra.
—Pequeña infeliz, ahora tendrás tu merecido por tantas
injurias —se defendió Sarahí y arremetió con la lanza.
—¡Púdrete maldita infeliz! —gritó Noemí enardecida.
De pronto mi hermanita dijo algo que encendió las venas de
la rubia menelida y ésta encolerizada le hundió la lanza en la hermosa pierna,
provocándole una fea herida.
—¡Espero que te duela estúpida! —gritó Sarahí llena de
rabia.
La pequeña Alejandra sucumbió ante el dolor que le causó la herida y lanzó la espada hacia el rostro de Sarahí que una vez más, por
voluntad de los dioses esquivó el tiro pasando éste, por un lado.
—Maldita zorra con suerte, ni creas que esto me duele
—mancilló mi querida Noemí aguantando el
llanto.
La rubia menelida todavía enojada, se acercó con la espada
de goma hacia la desvalida Alejandra que gemía de dolor en el suelo sin protección; y ya iba a
dar el golpe, tal vez más certero que el anterior cuando rápidamente llegué y
alcancé a empujarla hacia el otro lado. Luego le hablé así mientras socorría a
mi hermanita:
—¡Sarahí tranquila!, creo que por hoy tú ganaste.
Levanté entonces a mi dulce pastorcita herida y me la llevé
entre mis brazos hacia el lecho perfumado de su habitación mientras Sarahí
bramaba injurias a los dioses y aventaba su yelmo.
Una vez en la habitación de mi hermanita, la recosté sobre
el lecho y ella llorosa me abrazó
lamentando los hechos, su cuerpo sudoroso empapó mi camisa y ella con dulzura
me pidió que la amase más que a mi novia y
que le comprara una pizza de pepperoni. Entonces mientras le curaba la funesta herida de su pierna, le hablé así:
—Tú siempre serás parte de mi vida y te amaré por siempre
incluso si así no lo quisiera Sarahí, ahora tranquilízate y descansa, después te compraré tu pizza y hablaremos de lo ocurrido
entonces harás las paces con ella.
Luego de esto la dejé descansar y fui a ver a Sarahí que ya
estaba más tranquila y serena. Platicando con ella aceptó el hecho de que se
dejó llevar por sus emociones. Más tarde fue a pedirle disculpas a Noemí y a vendar mejor
la herida que le había hecho, ya que tenía el don de curar y aliviar el alma.
Al final he de decir que después de aquella extravagante
contienda y de las injurias cometidas mis dos amadas se hicieron amigas y hubo
paz por algún tiempo.
Al día siguiente fuimos a la plaza y les compré unos
helados que degustaron con dulzura.
Fin